La memoria, mi memoria.
Lo último que tengo que decir sobre Los Sapos.
Me propuse como meta escribir en este blog pensamientos, sentimientos o sensaciones que me atraviesan cada vez que haga algo relacionado con el quehacer artístico. Esta vez hablaré del primer proyecto que he realizado durante mis cortos 28 años de vida, 27 porque el covicho me quitó uno: La memoria de los sapos.
En este momento estoy en un sube y baja de emociones: terminé el video de registro de la carpeta fotográfica y el día de ayer me enteré que uno de los cargadores del barrio cambió de plano, y quizá yo fui la última persona que le tomó una fotografía en la esquina donde solía estacionar su camioneta para hacer “fletecitos económicos”.
Esta noticia me regresa al porqué de esta memoria: para no olvidar.
Quizá uno de los mayores aprendizajes lo obtuve estos últimos días, ya que tanto en el proyecto como en la vida es necesario aceptar estamos en un constante cambio y que es necesario adaptarse a él. Siento que una parte mía también lo hace porque no quiere olvidar a las personas y el lugar que me ha visto crecer, aquél que envuelve muchos de mis recuerdos de la niñez y adolescencia.
Mi idea inicial era hacer un documental, que después mutó a una serie fotográfica, que en un futuro mutará a un fotolibro. Envié la propuesta de la serie fotográfica a una convocatoria llamada PECDA, en la cual quedé seleccionada y gracias a eso (hablando del recurso) pude comenzar la serie fotográfica.
El primer paso era acercarme a las personas, y aunque la mayoría me conocía de vista, casi no había tenido la oportunidad de aproximarme a ellas de esta forma. Para mi sorpresa, me recibieron con una sonrisa y disposición para participar en el proyecto, contándome sus recuerdos y dejándome tomarles una foto. No voy a negar que en un principio yo estaba aterrada, pues no estoy acostumbrada a ir con las personas pidiéndoles retratos, pero en este caso era fundamental.
Poco a poco fui perdiendo la pena, porque como aprendí de mi maestra Lorena: “ La pena hay que guardársela para después”. Seguí practicando el control de mis pensamientos intrusivos, aquellos que son especialistas en decirme que “para qué tomo fotografías”, “que hay muchas personas haciendo lo mismo que yo” o “que no soy lo suficientemente talentosa”. Decidí que la mejor manera de lidiar con esto era escribiendo todo lo que sentía, observaba y aprendía.
Siento que esta foto es la más difícil que tomé.
Estoy asustada porque es el comienzo.
Lo hago porque me gusta, porque alimenta mis ganas de explorar el mundo.
El error enseña.
No busco la perfección, aunque mi cabeza intente convencerme de que sí. Busco practicar, seguir aprendiendo y disfrutar.
Para tomar una fotografía se necesita cuerpo, consciencia y corazón.
Después de disparar 4 películas de 120 con 12 fotos cada una, llegó la parte más divertida: revelar y ampliar las fotografías (¡yay!). Para esto tuve que viajar a Oaxaca en donde sin el apoyo de grandes amistades y colegas de la fotografía, no hubiera logrado la impresión en plata gelatina de las 10 imágenes que propuse para la primera parte de este proyecto. En esta fase mi cuerpo volvió a refunfuñar, y comenzó a manifestar el estrés acumulado en las piernas. Volví a mi ciudad, después, visité a la fisioterapeuta.
Estar en el cuarto oscuro es un ritual; una coreografía con sonidos de agua, de papel, del reloj y del contener la propia respiración para después soltar la adrenalina que el cuerpo mantiene, por unos segundos, al momento de hacer la primera “prueba final”.
Como tengo complejo de “maker” curiosa, decidí que quería aprender el proceso de enmarcado y montaje, por lo que pedí ayuda para hacer los marcos y estaba dispuesta a realizar las marialuisas, pero fracasé en el intento. Al mismo tiempo, pensé que sería buena idea hacer invitaciones personalizadas para la presentación del evento, sobre todo para quienes se animaron a participar en el proyecto y me permitieron hacerles un retrato.
Me lancé a la aventura de hacer las invitaciones con impresión digital y tipos móviles o letterpress, en el taller de Zurdo. Mi fase de impresora seguía, pero ahora con una prensa.
El tiempo de la presentación se acercaba y al ritmo de una playlist de 70’s, 80's, 90’s y más, me hallaba en la recámara-taller limpiando vidrios, clavando, enmarcando, etcétera. Cabe destacar que Martín, mi papá y Delfi me ayudaron. Después, llegó el día de mostrar las fotografías.
No voy a negar que estaba sumamente nerviosa, quizá los nervios más grandes que he sentido en toda mi vida o unos nervios específicios que siento cuando se trata de alguna muestra o exposición (voy a hacer introspección para encontrar la respuesta). Epi llegó tempranito para ayudarme, ella también fue la moderadora que me acompañó durante la presentación del proyecto (¡Gracias, Epi!). Alistamos lo que necesitábamos, fuimos por una torta Anita, nos fuimos para el 612 y comenzamos el montaje: algo sencillo, mecate y unas ventanas que nos sirvieron de soporte.
Fue una presentación muy pequeña, en donde platicamos desde cómo surgió la idea del proyecto, las inquietudes, el proceso, comimos bocadillos y tomamos agua de jamaica. En el fondo, me hubiera gustado que más personas fueran y que conocieran el proyecto, pero decidí no hacer tanta difusión porque me preocupaba un poco cómo reaccionarían las personas al ver su foto y al saber que habría más personas viéndolas.
Agradezco mucho la presencia de mis amistades y familia. Este proyecto también me ha enseñado a valorar a quienes están presentes. Quedo muuuuuuuy contenta, muy orgullosa de mí misma por haber logrado la primera fase, por creer en mí y porque sigo aprendiendo a equilibrar las voces que a veces dicen que “no puedo”. Siento que toda esta revolución que sentí por 3 días seguidos solo indican una cosa: Voy continuarlo y sé que no voy a parar hasta que el fotolibro esté listo.
¡Gracias, Fer!
Lo estamos logrando.